Me dijeron que encontrar pareja era el final feliz
Pero nadie habló de lo que pasa cuando rompes con esa idea... y descubres que el verdadero amor puede venir de otros lugares (incluyéndote a ti).
Me divorcié antes de cumplir los 30. Dos años de matrimonio, ocho de relación. Pero los detalles de esa historia son para otro día.
Lo que importa hoy es lo que vino después. Porque cuando ese plan de vida que había armado con tanto esmero colapsó, yo colapsé con él. Y no fue por la relación en sí, porque incluso en ese momento sabía que terminar era lo mejor. Fue porque, sin pedir permiso, se activó mi peor verdugo interno: la perfeccionista crónica, esa voz que vive en mi cabeza con un megáfono, gritándome que fallé. Que fracasé. Que ya no era "esa" mujer. La que iba bien. La que iba encarrilada. La que tenía un plan.
Y ese dolor, esa angustia tan profunda, no venía solo del corazón roto. Venía de la narrativa rota. De la expectativa que me había comido entera. Porque cuando se rompe la ilusión de un hogar que ya estaba roto desde antes, lo que te queda es enfrentarte con todo lo que creíste que ibas a ser. Y no eres.
En mi deseo de sanar, algo más profundo se despertó en mí: una necesidad urgente de entender el origen de todo ese dolor. No solo quería pasar la página, quería saber por qué dolía tanto en primer lugar. Fue ahí cuando empecé a escarbar. A diseccionar qué había en mi sistema de valores que me hacía sentir tan pequeña, tan fuera de lugar, a pesar de tener todo el apoyo del mundo, una carrera floreciente y logros que no se pueden negar. La respuesta fue brutal de simple: me habían enseñado que el éxito venía con apellidos como "esposa" y "mamá". Todo lo demás era opcional, decorativo, un extra bonito si lo logras, pero no esencial.
Yo soy latinoamericana. Y sí, también soy feminista. Pero también soy hija de una cultura que, incluso con avances, sigue amando el cuento de hadas y rindiéndole culto al concepto de éxito más tradicional y romántico posible. Nos educaron para aspirar a una vida que encajara en moldes bien definidos: ser la hija ejemplar, la esposa entregada, la madre incansable. Y si logras algo fuera de ese marco, bien por ti, pero eso no es lo que realmente te valida.
Nos enseñaron que solo seremos reconocidas, realmente vistas, si encajamos en ese rol social. Si cumplimos con ese libreto. Y cuando no lo hacemos, lo que sentimos no es libertad. Es culpa. Culpa por no lograr lo que se esperaba de nosotras. Culpa por construir algo distinto. Culpa por haber elegido otro camino y que eso se lea como rebeldía en vez de éxito.
Me sentía desorientada. Como si ya no supiera qué lugar ocupar. Como si todo lo que había construido se tambaleara solo por no estar jugando a la casita. El discurso del fracaso se instaló en mi cabeza como una aplicación preinstalada. Y de pronto, mis logros profesionales, mis viajes, mis metas alcanzadas, se sentían... vacíos. Porque no tenía con quién compartirlos en una foto de domingo.
Curiosamente, lo que me salvó no fue el amor romántico que tanto nos han enseñado a idealizar, sino todo lo contrario. Fue el otro amor. El que no necesita etiquetas ni estados civiles. El amor de mis amigas que me recordaron quién soy cuando yo lo olvidé. El amor de mi familia que me contuvo sin juicio. El amor por mi trabajo que me hizo volver a sentirme poderosa. Ese amor, tan abundante y tan poco reconocido socialmente, fue el que me empujó a reescribir por completo mi definición de éxito.
Y sí, empecé a cuestionarlo todo. Porque me empecé a sentir tan sostenida, tan profundamente nutrida por estas otras formas de amor, que no pude evitar pensar en todas las mujeres que, como yo, habían crecido creyendo que esto no contaba. Que si no era romántico, no era válido. Que si no era aprobado socialmente, no tenía peso. Y fue entonces cuando me di cuenta del daño silencioso que perpetuamos al no afianzar esta nueva creencia: que hay muchas formas de ser amada, y todas son dignas de sostener tu vida y redefinir tu idea de éxito. ¿Por qué nos enseñaron que el éxito romántico es la cima? ¿Por qué una relación amorosa está por encima del amor propio, del amor entre amigas, del amor a tu proyecto de vida? ¿Por qué nos entrenaron para invertir toda nuestra energía en ser amadas por alguien más antes que por nosotras mismas?
Imagínate si desde pequeñas nos enseñaran a elegirnos primero. A reconocernos completas sin un apellido compartido. A amar sin dejar de ser. A no temerle al silencio de nuestra propia compañía.
Si lo hiciéramos, creceríamos sabiendo que somos valiosas por el simple hecho de existir, no por los roles que ocupamos. Dejaríamos de medir nuestro valor en función de si estamos casadas, si tenemos hijos, o si encajamos en una narrativa social que nos reduce. Viviríamos en una sociedad donde las mujeres no se sintieran incompletas por no tener pareja, donde el éxito no se limitara a lo romántico, y donde amarnos a nosotras mismas fuese la base sobre la que se construye todo lo demás.
Un tiempo después del divorcio, me fui a estudiar un executive máster en una de las mejores universidades de España. Lo pagué con mi trabajo. Me fui gracias a la empresa que había construido desde cero. Y, sin embargo, lo único que muchas personas me desearon fue: "Ojalá encuentres a un europeo".
Spoiler: encontré algo mucho mejor. Encontré paz conmigo misma.
Esa versión de mí que ya no se mide por la validación social de tener a alguien al lado. Esa versión que sabe que está bien no tener pareja. Que está bien tenerla. Que está bien todo, siempre que venga desde la elección, no desde el miedo a quedarte sola o ser 'la rara'. Porque en el camino, encontré contención en las personas más incondicionales, viajes con gente que me hace bien, risas que me dolieron en el estómago, experiencias inolvidables con mi mejor amiga, y un crecimiento profesional que todavía me cuesta poner en palabras. Cosas que me han dado tanta satisfacción, que a veces ni sé por dónde empezar a escribir sobre ellas.
Porque al final, el éxito no es cumplir con el molde. El éxito es tener el coraje de romperlo y diseñar uno nuevo. Uno donde tú seas el centro. No la novia. No la esposa. No la expectativa de nadie. Tú, con tus decisiones. Tú, con tu voz. Tú, con tu amor propio como raíz.
Porque si después de tanto, aún puedes elegirte a ti, abrazarte completa y reconocerte valiosa sin necesitar que nadie más lo valide... eso, es libertad. Es saber que te tienes a ti. Que no estás incompleta, que no estás esperando nada, que estás viviendo en tu propia compañía con una paz que no sabías que se podía sentir. Y al mismo tiempo, reconocer con el corazón abierto que esa paz también está tejida por las personas que te han amado en tus versiones más rotas y más reales. Por las amigas que no sueltan, la familia que abraza, los proyectos que te encienden.
Porque estar completa no significa estar sola. Significa no necesitar para ser, pero poder agradecer profundamente a quienes te acompañan en el camino. Porque ese amor horizontal, diverso y profundo... también es lo que hace que la vida valga la pena.
La señora vino aquí a lanzar puros FACTS, como hago para darle like a cada linea? Te admiro muchisimo ❤️🔥 y queremos mas de esto!
Precioso texto. Un preciosidad de ensayo que surge de los más hondo ....Bravo!!!