Nos robaron la profundidad y ni cuenta nos dimos
Y mientras scrolleábamos sin parar, también perdimos el sentido de quiénes éramos. Pero Substack nos está recordando cómo sentir y volver a ser.
No sé si te has dado cuenta, pero hay una especie de fatiga flotando en el ambiente. Una saturación disfrazada de productividad. Nos pasamos el día absorbiendo información, scrolleando sin descanso, respondiendo con rapidez pero pensando cada vez menos. Y de pronto, casi en silencio, algo dentro de nosotros empieza a pedir otra cosa: menos ruido, más sentido. Menos rapidez, más intención. Substack, lejos de ser solo una plataforma en crecimiento, está emergiendo como refugio para quienes extrañamos el pensamiento profundo. Y eso no es casualidad: es un reflejo de que, por fin, estamos cansados de vivir en la superficie.
Si haces un poco de social listening honesto, lo sientes. Es como si estuviéramos despertando de un coma suave pero prolongado, de esos que te tienen con los ojos abiertos pero sin ver nada. Habíamos estado en piloto automático, sobreviviendo una versión de la vida que, si somos honestos, no nos pertenecía del todo. Una rutina que repetimos porque nos dijeron que así era. Pero de repente algo hizo click. Y empezamos a hacernos preguntas.
¿Cuándo fue la última vez que te sentaste con una sola cosa por más de diez minutos? ¿Cuándo fue la última vez que escribiste algo sin editarlo mentalmente mientras lo hacías? ¿Cuándo fue la última vez que pensaste sin una notificación interrumpiendo tu línea de pensamiento?
Nos dimos cuenta de que habíamos cambiado profundidad por velocidad. Y la profundidad no es cualquier cosa. La profundidad necesita tiempo. Necesita silencio. Necesita presencia. Requiere compromiso, energía, atención prolongada y un deseo real de mirar hacia adentro. Y eso es exactamente lo que no hemos tenido.
Vivimos tan en la superficie que, contradictoriamente, nos ahogamos en ella.
Nos anotamos a las plataformas sociales, a la inmediatez, a esta nueva forma de consumir que parece moderna pero que lentamente ha atrofiado nuestra paciencia cognitiva sin haber leído la letra pequeña. Nuestra capacidad de tomar decisiones complejas se ha estado desvaneciendo. Y lo peor: empezamos a darnos cuenta de que ni siquiera nos conocemos. Porque si vas lo suficientemente rápido, jamás te das cuenta de hacia dónde estás yendo. Solo corres.
Y esa carrera sin pausa, sin quietud, sin introspección, te convierte en una versión de ti mismo que apenas reconoces. Una versión funcional, productiva, "correcta"... pero desconectada. Uniformada por el creciente autoritarismo. Esa presión invisible de tener que estar siempre haciendo algo, siempre rindiendo, siempre produciendo.
Pero esto no es casualidad. A la sociedad le conviene que no te detengas. Que no pienses. Que no te escuches. Que no te preguntes si realmente quieres lo que estás haciendo. Hay salas de juntas llenas de personas que diseñan estrategias para mantenerte conectado, enganchado, inquieto. Porque si te detienes, cuestionas. Si cuestionas, cambias. Y eso, para el sistema, es riesgoso.
Nos han hecho sentir incómodos con el silencio. Con la pausa. Con la quietud. Nos han hecho sentir que descansar es pereza, que detenerse es perder el tiempo, que la introspección es un lujo que no podemos darnos. Pero ¿cómo encuentras sentido si tu día está lleno, de 7 am a 9 pm, con prioridades ajenas? ¿Cómo reconoces qué te emociona si ni siquiera tienes tiempo de sentir?
Y es aquí donde Substack entra en escena, no como el protagonista, sino como el escenario silencioso que habilita otra forma de estar. Más que una plataforma, se ha convertido en símbolo de un deseo más profundo: pausar, procesar, sentir. Es una herramienta que nos permite reconectar con lo esencial, no porque tenga una fórmula mágica, sino porque nos devuelve algo que olvidamos que necesitábamos: el espacio para pensar más lento y escribir más hondo. Es una respuesta a esa necesidad de volver a habitar nuestras ideas, una por una, sin prisa, sin filtros, sin performance.
Porque al movernos de los libros a las pantallas, perdimos la capacidad de lectura profunda. Y como todo músculo no ejercitado, empezó a atrofiarse. Cuanto menos leíamos, menos queríamos leer. Cuanto menos escribíamos, menos cosas teníamos que decir. Pero ahora estamos recuperando esa parte de nosotros que quiere enfocarse. Que quiere estar presente. Que encuentra valor en seguir una idea oración por oración. Publicación por publicación.
Estamos empezando a mirar hacia adentro otra vez. A preguntarnos qué nos hace especiales. A observar con curiosidad la mente del otro. A empatizar. A recordar que todos tenemos vidas internas igual de complejas, de ricas, de contradictorias. A fluir entre lo que leemos y lo que sentimos. A construir un puente entre las palabras del otro y nuestra propia experiencia.
Porque cuando empatizas, avanzas. No solo conoces: te conoces. Y al conocerte, recuperas tu agencia. Celebras lo que te diferencia. Y cuando celebras las diferencias, empujas los límites de lo posible.
Esta conversación no es solo sobre una herramienta digital. Es sobre un anhelo profundo que hemos estado ignorando por demasiado tiempo. Es sobre el deseo de sentirnos vivos de nuevo, en un mundo que nos empuja a anestesiarnos con estímulos superficiales. Es sobre hacerle espacio al pensamiento crudo, al texto largo, al silencio que incomoda pero sana, a lo que toma tiempo y merece ser vivido.
Queremos volver a leer historias que no estén escritas para el algoritmo. Queremos volver a sentir cosas que no se puedan poner en un carrusel. Queremos llorar con lo que alguien escribió desde su verdad, reír con lo que conecta, y cuestionarnos sin pedir permiso. Queremos un ritmo más humano, más intuitivo, más real.
Porque a veces, lo más valiente que puedes hacer es detenerte. Respirar. Y preguntarte si todo esto te está llevando a donde realmente quieres ir. Porque no es solo el paisaje lo que te pierdes por ir tan rápido: también te pierdes de ti. Y ya va siendo hora de volver a encontrarte.
Que escrito tan bonito y tan poderoso.
A veces quiero tomarme un tiempo para leer e interiorizar, pero temo que en mi cabeza hay algo similar a una condicionante, entonces voy rápido, queriendo pasar a la siguiente lección como si en segundos hubiese absorbido la primera. Estoy bastante segura de que no soy la única que lo vivo de esta manera, pero eso no lo hace mejor sino todo lo contrario. Me conmueve leer exactamente lo que en el fondo queremos y que se ha hecho tan cuesta arriba en un mundo plagado de estímulos.
Estoy completamente de acuerdo contigo. Lo que describes es un sentimiento que cada vez me resuena más profundamente. Vivimos en una era de sobrecarga, de inmediatez, donde cada notificación, cada post, cada mensaje nos llama a reaccionar, a estar disponibles, a ser productivos constantemente. Y, sin embargo, este ruido constante nos está desconectando de lo que realmente importa: de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, de nuestra capacidad de reflexionar y de sentir.
La rapidez con la que vivimos, el ‘scrollear’ sin descanso, nos hace perder la capacidad de estar presentes. Y cuando estamos siempre corriendo, no hay espacio para el silencio, para la reflexión profunda, para el momento de pausa en el que nos escuchamos realmente. Nos hemos acostumbrado a medir el valor de las cosas por su rapidez, por lo inmediato, pero es en la lentitud donde se encuentra la profundidad. La verdadera comprensión, la verdadera conexión.
Substack, como mencionas, representa un refugio de esa búsqueda de un espacio más humano. No se trata solo de consumir información de manera superficial, sino de darle tiempo y espacio a las ideas para que maduren. Escribir más lento, leer con más atención, hacer un alto en el camino y preguntarnos si lo que estamos haciendo, o hacia dónde estamos yendo, realmente nos llena.
Es cierto que vivimos en un sistema que favorece la productividad sobre el ser. Nos han enseñado a ver el descanso como un lujo y la introspección como algo innecesario, pero lo que olvidamos es que es en ese espacio de quietud donde realmente encontramos las respuestas que buscamos. Porque cuando nos detenemos, podemos mirar hacia adentro y realmente ver lo que necesitamos. No es una coincidencia que, ahora más que nunca, estemos buscando esa calma, ese espacio para pensar y sentir sin prisa.
La verdadera conexión humana no está en la velocidad con la que interactuamos, sino en la profundidad con la que nos escuchamos unos a otros. En la forma en que nos permitimos ser vulnerables, en cómo compartimos nuestras historias sin temor a ser evaluados por algoritmos, sino por la autenticidad de nuestra experiencia. Al final, lo que importa no es tanto lo que decimos, sino cómo nos escuchamos y nos entendemos en ese proceso.
Creo que este es el comienzo de un despertar colectivo. Una invitación a regresar a lo esencial, a lo que realmente nos conecta. Es un llamado a la introspección, a redescubrir lo que realmente nos mueve. Porque, al final, como bien dices, la velocidad y el ruido nos están perdiendo a nosotros mismos. Y este momento de pausa, de reflexión y de cambio es nuestra oportunidad para recuperar lo que hemos perdido.
Es momento de detenerse, de respirar y de encontrar ese ritmo más humano. Porque en ese espacio, en esa quietud, es donde podemos realmente vivir, entender y, sobre todo, ser nosotros mismos.